Entrevista
a Javier, miembro del Grupo de Migración y Convivencia de la Asamblea
Popular de Lavapiés (15-M), detenido junto a un vecino senegalés el
pasado viernes 17 de marzo por grabar una redada racista en la Plaza de
la Corrala. Ahora enfrenta un cargo de resistencia activa a la
autoridad, penado con hasta 1 año de cárcel.
Javier, de 33 años, nos recibe en el piso que alquila junto a su
compañera inmigrante en el barrio de Lavapiés. Lo primero que hace es
mostrarnos los moratones que todavía tiene en las muñecas y tobillos.
Nos dice que el asunto de su detención, hasta que salga el juicio, lo
tiene olvidado. Sin embargo, a medida que fluye nuestra conversación
notamos que continúa bastante afectado por lo que vio y sufrió en los
calabozos de Leganitos y Moratalaz. Miembro activo de la Asamblea
Popular de Lavapiés y del sindicato de Enseñanza e Intervención Social
de CNT, asegura que, a pesar de los cargos que le imputan, no van a
conseguir apartarle de la lucha contra las redadas racistas de la
Policía que desde diversos colectivos vecinales y organizaciones se
viene desarrollando en su barrio. Aunque al principio se muestra
receloso hacia nuestro trabajo como periodistas, cuando le explicamos
que sólo publicamos nuestras crónicas en medios de comunicación
asamblearios y alternativos, su actitud se vuelve entusiasta,
mostrándose como un buen conversador, apasionado con sus ideas.
Ernest Favil - ¿Qué pasó la noche del 17 de marzo en la Plaza de La Corrala?
Javier - Yo salía con unos amigos de un local de la
calle Mesón de Paredes, cuando de repente vi un helicóptero volando a
poca distancia de mi cabeza y un grupo numeroso de personas gritando un
poco más arriba de la calle, a la altura de la plaza de la Corrala.
Apreté el paso y encontré al menos una decena de coches patrulla de la
Policía Nacional que bajaban lentamente la calle Mesón de Paredes.
Enseguida vi que las personas que gritaban, unas 50 o 60, eran en su
mayoría miembros de la asamblea de mi barrio, y que su consigna era
“Ningún ser humano es ilegal”. Inmediatamente entendí que había habido
una nueva redada contra la población migrante del barrio, y que mis
vecinos habían reaccionado para afear a los policías su comportamiento
racista. En estas páginas tienes relatos fiables de personas que
estuvieron en la plaza de la Corrala desde que comenzó la redada:
http://www.lavapieshoy.es/vamos-a-contar-verdades-la-redada-del-viernes-16-de-marzo-vt1352.html
http://www.diagonalperiodico.net/Una-nueva-redada-racista-en.html
http://lavapies.tomalosbarrios.net/2012/03/21/no-fue-una-rina-fue-una-redada/
Sinceramente, yo llegué cuando mis compañeros ya habían conformado un
cordón con las manos en alto, intentando expulsar pacíficamente a la
Policía del barrio, al estilo de lo que ocurrió el 5 y el 12 de julio de
2011 en la Plaza de Lavapiés, o, sin ir más lejos, el jueves anterior
por la tarde en la calle Amparo. Recordé el protocolo de actuación que
tenemos los vecinos de la asamblea del barrio en caso de redada racista,
y me di cuenta de que nadie estaba intentando documentar la escena.
http://lavapies.tomalosbarrios.net/2011/11/28/protocolo-de-actuacion-en-caso-de-redadas-racistas-asamblea-popular-de-lavapies/
Como llevaba una cámara de fotos en la mochila, la saqué y me coloqué
entre los manifestantes y los policías, que en cada vez mayor número se
estaban reuniendo en la intersección de la calle Mesón de Paredes y la
calle Tribulete.
E.F. - Entonces, ¿crees que fue el hecho de estar grabando lo que motivó tu detención?
J. - Estoy seguro. Nada más llegar a la comisaría de
Leganitos, los policías me preguntaban una y otra vez si era periodista
y si tenía acreditación de prensa. Parecían muy preocupados por el
asunto. Lo cierto es que no llevaba ni medio minuto grabando la escena
cuando de repente, y sin previo aviso, tres o cuatro policías de paisano
me agarraron por el cuello, me tiraron al suelo y me pusieron boca
abajo, colocándome unos grilletes. Mientras lo hacían, me dieron un
patadón en el tobillo derecho y porrazos en la cabeza y en los
antebrazos. Luego dijeron en el atestado que yo les había mordido y me
había autolesionado dándome cabezazos contra el suelo. Ya me habría
gustado tener la sangre fría como para pensar tantas cosas en ese
momento, pero lo cierto es que con preocuparme con respirar, mientras un
policía me hacía una llave de yudo en el brazo y otro me tapaba la
boca, era más que suficiente para mí. Los vecinos del barrio intentaron
protegerme, pero no lograron evitar que me llevara unos cuantos golpes.
E.F. - ¿Te maltrataron también durante el traslado a la comisaría de Leganitos?
J. - Me llevaban con las esposas muy apretadas y a
toda velocidad. Cuando me sacaron del coche me hicieron agachar la
cabeza dándome golpes en la nuca y me dieron varios empujones. Una vez
en el “Calabozo provisional” (así reza el simpático cartelito de esa
inmunda habitación) empezaron a hacerme preguntas, entremezcladas con
burlas y amenazas cada vez que me atrevía a mirar a alguno de los
agentes que custodiaba la puerta. Cuando dije el nombre del abogado
penalista de mi sindicato, parece que les molestó mucho: “Abogaditos,
abogaditos. La culpa es de esos abogaditos”. Como venganza, dentro de
esos divertidos códigos heteropatriarcales que ellos manejan,
escribieron el nombre de mi abogado en femenino (“Daniela” en vez de
“Daniel”), y me pasaron la hoja de detención con el nombre cambiado,
diciendo que no habían podido localizarle en los listados del Colegio de
Abogados. Yo entonces di el nombre de otro abogado, y el funcionario
torció el gesto, y me dijo que no hacía falta.
E.F. - Y de ahí al calabozo “no provisional”, ¿no?
J. - No, antes me llevaron a hacer un reconocimiento
médico, que yo solicité. Para entonces unos cuantos vecinos del barrio
ya estaba concentrados en la puerta de la comisaría de Leganitos. Aunque
yo salí por la puerta trasera (la que da a los calabozos), sentí la
presencia de mis vecinos, sobre todo en el hecho de que los policías
estaban un poco descolocados. Tuve suerte con eso: empezaron a tratarme
un poco mejor. No sé, quizá fue simplemente la preocupación porque yo
fuera periodista y acabara contando cosas por ahí…
E.F. - ¿Qué ponía en el reconocimiento?
J. - El reconocimiento fue lamentable. Aquella
escena delante de un médico en un centro de salud me ha hecho pensar
mucho. Es muy fácil criticar a la Policía Nacional, una institución que
todos sabemos está integrada fundamentalmente por hijos de policías
franquistas, e infiltrada por grupos organizados de ideología racista o
directamente neonazi. Pero cuando ves que la corrupción y la violencia
afecta también a otros colectivos aledaños, incluidos trabajadores de la
salud, las sensaciones son más tristes. Las esperanzas de un verdadero
cambio en la sociedad se disipan. Mucho más que los golpes que recibí,
me dolió que la médico encargada de hacerme el reconocimiento preceptivo
en el llamado Centro de Apoyo a la Seguridad, y con número de colegiado
24096, me tratase como una alimaña. Entré en su despacho custodiado por
tres policías. En cuanto me quitaron las esposas, me espetó, de muy
malos modos: “¿Y a ti, qué te pasa?” Le mostré mi antebrazo izquierdo,
claramente deformado por una inflamación masiva, y con una herida
sangrante de unos cinco centímetros. Le dije que además creía que me
habían hecho un esguince en el tobillo, y que tenía dolores en las
cervicales y el cuello. Ni se molestó en tocarme. Me miraba como si
fuese un desecho, un animal peligroso. Al final, me echó un poco de
réflex por la espalda y se puso a escribir. Sólo se me ocurrió mirarle a
los ojos, en plan ciudadano, y decirle que yo también era un empleado
público, como ella, que trabajaba como profesor en una universidad de
Madrid, y que si necesitaba mirarme otra vez las heridas, porque me
parecía que no las había visto bien. Ni se inmutó la doctora. Cuando
salí del calabozo dos días después, leí su informe. Decía lo siguiente:
“Refiere dolor en ambas muñecas por las esposas”. “Refiere”, había
escrito la muy sinvergüenza.
E.F. - Después del reconocimiento médico, ¿hubo más interrogatorio, o te mandaron directamente al calabozo?
N. - En el tiempo que estuvimos esperando al
reconocimiento médico los cinco policías que me vigilaban (dos
uniformados y tres de paisano) me hacían preguntas entre gestos de
desaprobación e incredulidad. Hacían como que estaban muy indignados con
lo que había ocurrido. Me decían que yo no tenía ni puta idea de lo que
había hecho, que no sabía a qué tipo de gente estaba defendiendo. Yo
recordaba que sólo tenía obligación de contestar si me preguntaban por
mi nombre o mi dirección, así que sólo respondí con el nombre de la
calle y el número del portal donde vivo cuando me dijeron: “Si seguro
que no vives en Lavapiés, ¿a que no?”. Luego optaron por la estrategia
del “poli bueno”. Me decían: “¿Cómo crees que acabará esto dentro de un
año?”. Como seguía callado, uno se acercó en plan colega diciendo:
“Dejad al chaval, ¿no veis que no quiere hablar?”. Y luego me dijo:
“Claro, tú tienes tus ideas y nosotros las nuestras”. No sé si esperaba
que le explicase cuáles eran mis ideas, así como estaba esposado y con
todo el cuerpo magullado. Preferí quedarme callado como un ser humano.
E.F. - ¿Cómo son los calabozos de la comisaría de Leganitos?
J. - En realidad, a mí me recordaban más a mazmorras
medievales, de esas que uno ve en las películas. Hay un olor
nauseabundo, fruto de la falta de higiene y ventilación. Te dan una
colchoneta fina, impregnada de orines y efluvios de las muchas personas
que la usaron antes. Y una manta. Cuando te mandan acercarte al
montículo de mantas raídas que tienen a la entrada del calabozo, un
funcionario te avisa de las terribles consecuencias que puede haber para
ti si se te ocurre coger más de una. Luego comprendes por qué: en las
celdas hace un frío terrible. La humedad se te mete en los huesos.
E.F. - ¿Había más gente en tu celda?
J. - Sí, cuando yo llegué había ya cinco personas en
mi celda. En un espacio como de cuatro metros cuadrados. Vamos, que
había overbooking. Quedaba el espacio justo para colocar mi colchoneta y
mi cuerpo, justo al lado de los barrotes.
E.F. - ¿Y cómo son las celdas?
J. - En los calabozos de Leganitos hay como tres
naves abovedadas. No hay ningún tipo de luz natural. La mayor parte del
tiempo todas las luces están apagadas. Cada celda tiene dos alturas,
separadas por un banzo como de medio metro. El suelo es de baldosa. Los
techos están desconchados por la humedad y el deterioro. Con el estrés y
la humillación a la que te someten, uno termina pensando que el techo,
que ya de por sí es muy bajo, se le va a venir encima.
E.F. - ¿Y para orinar?
J. - Para orinar o hacer de vientre hay que esperar a
que el agente de turno esté del humor adecuado. Durante el tiempo que
estuve en Leganitos, y luego en Moratalaz, hubo al menos tres personas
detenidas que, ante la imposibilidad de salir a la letrina, decidieron
orinar a través de los barrotes, con el consiguiente disgusto para sus
compañeros de celda y los habitantes de las celdas contiguas. Aunque
también te digo que ir a la letrina no es una experiencia mucho mejor.
E.F. - ¿Cómo es?
J. - En la letrina yo me empecé a dar cuenta de esas
sutiles estrategias con que los carceleros se divierten humillando a
los detenidos. Lo de “sutiles” es obviamente un eufemismo. Un par de
horas después de ingresar yo en el calabozo de Leganitos entró una
mujer, muy probablemente toxicómana, que nada más ser encerrada en su
celda solicitó un “támpax”, puesto que estaba con el período. Un
funcionario le respondió que allí no tenían “támpax”, y que si le servía
con papel higiénico bien, y si no también. El famoso “támpax” usado de
la detenida acabó obviamente en la letrina. Cuando yo conseguí que un
policía me dejase ir al baño, el tampón sanguinolento estaba colocado
justo encima del murete donde te tienes que sujetar si quieres hacer tus
necesidades. Me acuerdo que lo bajé de ahí con el pie y lo empujé de
una patada contra una esquina de la letrina. Pues bien: las dos veces
siguientes que conseguí ir al baño, el “támpax” volvía a estar, como por
arte de magia, en el mismo lugar estratégico. También, la última vez
que fui había un excremento humano en medio de la entrada a la letrina.
Obviamente no se había podido salir de la taza del váter. Alguien se
estaba divirtiendo colocándolo en mitad de nuestro camino al baño.
E.F. - Lo que cuentas sobre el trato a una toxicómana es muy grave.
J. - Es peor que muy grave. En la celda contigua a
la mía en Leganitos un hombre pasó yo calculo que unas ocho horas
pidiendo que le proporcionasen metadona. Por lo que pude escuchar era un
usuario del dispensario de Valdemingómez. Le estuvieron dando largas
toda la mañana del sábado y buena parte de la tarde. Cada vez que se
quejaba a gritos, venían a la puerta de su celda y le decían: “Sí, ya la
hemos pedido, ahora viene.” El hombre se llamaba Gelu [nombre rumano] y
los funcionarios se dirigían a él, en un alarde de ingenio, con el
apelativo de “Gelu Kitty”. Recuerdo comentarios de lo más cruel, del
tipo: “¿Qué te pasa, “Gelu Kitty”, estás sudando?” No sé qué puede haber
dentro del cerebro de un ser humano para poder burlarse así de otro ser
humano que está en una situación tan jodida. Al final se lo llevaron a
un centro de salud hacia las cinco de la tarde, avisándole previamente
de que en realidad se lo llevaban de paseo, porque ningún centro de
salud le iba a dar metadona los fines de semana.
E.F. - ¿Cómo podías saber la hora estando allí dentro? ¿No decías que no había ningún tipo de iluminación natural?
J. - Pathe, el compañero senegalés que fue detenido
conmigo, había conseguido “colar” un relojito de estos digitales Casio.
Aunque nos pusieron en celdas separadas para que no pudiéramos charlar,
de vez en cuando Pathe cantaba las horas. A veces, si los funcionarios
estaban de buen humor, también te decían la hora. Ese relojito nos ayudó
mucho a pasar el mal trago de la detención. Después de dos días sin
poder dormir, sin ningún tipo de referencia, uno acaba aturdido, pierde
la noción del tiempo y el espacio, y la amenaza de una crisis de
ansiedad o un derrumbe emocional es cada vez más grande, sobre todo
sabiendo que lo más probable es que nadie te vaya a atender si al final
te ocurre. No me quiero imaginar cómo será el régimen FIES en las
prisiones. Si esto es lo que hacen con detenidos a los que supuestamente
les ampara la presunción de inocencia, no sé qué harán en los presidios
con los reos ya condenados.
E.F. - Son estrategias de humillación y castigo por anticipado, en definitiva.
J. - Sí, por supuesto. Ellos consiguen animalizarte.
Eso tiene mucho que ver con lo que hablamos antes, lo que estaba
escrito en el atestado policial y que luego fue reproducido por todos
los periódicos: que yo les había dado mordiscos a los policías durante
el arresto, como si fuera un perro rabioso. Es lo mismo que te comentaba
sobre el trato que me dieron los médicos forenses. Hay todo un aparato
policial que, conscientemente, busca animalizarte, y que consigue que a
los ojos acríticos de la gente que está en los alrededores (los
funcionarios del Juzgado que te reparten comida o que te abren y cierran
las puertas en el calabozo de Plaza de Castilla, los médicos que te
hacen los reconocimientos, algunos abogados de oficio, etc.) los
detenidos también aparezcan como simples animales. Y lo que es peor de
todo: uno termina también animalizándose. Yo recuerdo los últimos
minutos en que estuve privado de libertad, que me encontré a mí mismo
asomando literalmente la nariz por una rendija de la puerta de mi
celda, pidiendo por favor al funcionario que no volviese a cerrarla,
que dejase así abierta una rendijita, que con eso me valía para estar a
gusto. Habían pasado más de 6 horas desde mi comparecencia ante la juez,
en la que habían decidido concederme la libertad. Sin embargo, las
órdenes de libertad tardaban en bajar firmadas a los calabozos, y los
que estábamos allí encerrados (unos 30 sólo en mi celda) andábamos
desesperados.
E.F. - ¿Con qué tipo de gente estuviste encerrado?
J. - Principalmente chicos jóvenes, muchos de ellos
consumidores habituales de cocaína o basuco, que estaban acusados de
hurtos o robos con violencia. Varios heroinómanos muy deteriorados
física y mentalmente también había, algún pequeño estafador (a
Urdangarín no conseguí encontrármelo), pero sobre todo chicos de bandas
juveniles. Es curioso comprobar que los códigos machistas y consumistas
que manejan esos chicos son exactamente los mismos con los que se
comunican los policías entre ellos. El tamaño del miembro viril, el
fútbol y la aversión a la homosexualidad aparecen constantemente en el
discurso de ambos bandos. También el patriotismo o la obsesión por tu
lugar de origen. Entre los policías se llaman los unos a los otros de
“¡gallego!”, “¡asturiano!”, y entre los delincuentes comunes se gritan,
de una celda a otra, “¡eh, moro!”, “¡eh, cubano!”, o “¡andaluz!”.
Recuerdo el policía que me sacó el DNI de la cartera cuando llegué a
Leganitos. Lo primero que miró fue mi lugar de nacimiento. Cuando lo
leyó exhaló un profundísmo “¡palentino!”. Yo me preguntaba a mí mismo:
“¿Qué cojones le importará a este tío dónde he nacido yo?”
E.F. - Entonces, torturas físicas no sufriste, ¿no?
J. - Si quitamos el frío y el dolor por tener que
aguantarme el pis, yo he de decir que no recibí torturas físicas. Pero
hubo dos detenidos que sí. La noche del sábado en Leganitos ingresó un
hombre, que al parecer llegaba acusado de maltrato, y que hizo un
comentario acerca del hecho de tener que quitarse los cordones de sus
zapatos antes de entrar en la celda. Enseguida el grupo de policías que
lo habían bajado, junto con los que estaban de guardia, empezaron a
gritarle al unísono. Después de los gritos empezaron los golpes. El
asunto debió de durar como unos diez minutos, y por los gemidos del
detenido y por el sonido de los golpetazos, puedo asegurar que le
pegaron. La otra agresión la vi con mis propios ojos en la comisaría de
Moratalaz, la noche del domingo al lunes. Enfrente de mi celda había un
hombre solo en una habitación. La tenían iluminada con una luz halógena
fuerte, muy blanca, que hacía imposible que aquel detenido durmiera.
Cada quince minutos ese hombre se levantaba desafiante y daba patadas
contra los barrotes, al grito de: “¡Policía, apaga la luz!”. Todos los
demás detenidos del módulo nos revolvíamos en las colchonetas. Le
llovían los insultos. Algunos le rogábamos que por favor se callase, e
intentase dormir con la manta en la cara. Aquel hombre estaba siendo
torturado, y acabó torturando a todos los que intentaban dormir en aquel
módulo: fue una situación muy desagradable. Ningún agente se acercó a
nuestras celdas en tres o cuatro horas, ni respondiendo a los gritos del
detenido de la celda iluminada, ni a los de los que nos quejábamos de
la situación. A las 7 de la mañana, poco antes de que comenzaran los
traslados a los juzgados de Plaza de Castilla, un policía uniformado se
acercó sigilosamente a la celda de mi vecino de enfrente y apagó el
interruptor. La celda quedó por fin a oscuras y alguno de mis compañeros
consiguió dormir un rato.
E.F. - O sea que el machaque psicológico es constante.
J. - Claro. Son muchos insultos, muchos gritos fuera
de contexto, muchas órdenes absurdas. Recuerdo con especial horror a un
policía con acento andaluz, bajito y con gafas, que era uno de los
encargados de la guardia del calabozo de Leganitos el sábado 17 de marzo
en el turno de tarde (creo que de 2 a 10). Llegó pegando gritos a todo
el que le pedía ir al baño. Al segundo o tercer bocinazo, alguien le
insultó desde alguna de las celdas, haciendo referencia a su tono de
voz, que en verdad no era demasiado varonil. Entonces el funcionario
entró en cólera y desató una retahíla de insultos, que terminó con el
muy sintomático: “¡Inmigrantes de mierda, volveos todos en patera a
vuestro puto país!” Después desapareció dentro de la garita, y ni él ni
nadie más de los policías que se encargaban del turno atendieron a las
llamadas de los detenidos durante varias horas. Desde detrás de la
puerta, se podían escuchar un poco las voces desaforadas de los
locutores del Carrusel deportivo. La afición de aquel policía andaluz
por el fútbol parecía directamente proporcional a su aversión por los
inmigrantes.
E.F. - ¿Cuándo pudiste hablar con tu abogado?
J.- El sábado al mediodía. Yo en la mañana de
después de mi detención pedí a uno de los carceleros hablar con mi
abogado, puesto que me parecía recordar que había un plazo legal máximo
de ocho horas desde el momento de la detención. Me respondió que mi
abogado no había venido, que allí dejaban pasar a todos los abogados a
medida que iban viniendo. Era mentira. Me decían eso para desanimarme y
hacerme sentir que nadie se estaba preocupando por mí. En realidad, el
abogado se había pasado toda la noche llamando a la comisaría, pidiendo
ponerse en contacto conmigo. Por la mañana, a las ocho, le dijeron que
volviese a llamar a las nueve. A las nueve, le dijeron que esperase a
que le llamasen. Le llamaron un par de horas más tarde, y él estuvo en
la puerta de la comisaría en menos de quince minutos. Allí en la
comisaría todavía le tuvieron esperando un buen rato hasta que pudo
hablar conmigo.
E.F. - ¿Qué opinión te merecen las mentiras
reproducidas en las notas de prensa que aparecieron en los periódicos
con respecto al suceso de aquella noche en la plaza de la Corrala?
J. - Sinceramente, a mí no me sorprendieron lo más
mínimo. Las notas de los periódicos reprodujeron literalmente lo que
decía el atestado policial, tal y como hacen habitualmente. Da igual que
sean reporteros de
El País, del moribundo
Público, o de
La Razón.
En definitiva sus dueños, quienes les pagan, comparten los mismos
intereses. Los diferentes posicionamientos ideológicos de los medios de
comunicación españoles son absolutamente impostados en mi opinión, son
simples cuotas de mercado para quienes controlan sus capitales sociales,
que en realidad son unos pocos sujetos y sus familias, que además se
relacionan y reproducen entre sí. Para conservar el puesto de trabajo,
los periodistas, los reporterillos (muchas veces becarios) que trabajan
para los medios hegemónicos desarrollan sus propias estrategias de
censura y autocensura, y no les importa mentir a cambio de no perder el
empleo, aunque para ello tengan que poner en riesgo la integridad física
o el futuro de personas como en este caso fui yo.
E.F. – Pero es verdad que al 15-M no le han tratado del todo mal en esos medios “progresistas”.
J. - En el caso concreto de las redadas racistas en
Lavapiés y otros barrios obreros de Madrid, está claro que a ninguno de
los socios capitalistas que controlan los cuatro o cinco grandes
conglomerados mediáticos españoles les interesa difundir que los
inmigrantes se están empezando a organizar para contestar a los abusos
que a diario están cometiendo contra ellos. Quizá una acampada festiva,
un pasacalles o una cabalgata indignada no lo haga, pero una respuesta
colectiva y contundente de la población migrante de Madrid contra
quienes están violando sistemáticamente sus derechos como seres humanos
pondría en serio riesgo los intereses económicos de esa elite financiera
que posee los medios de comunicación en España. Entre los
multimillonarios que pertenecen a esa elite desde luego que también
están los dueños del fondo de inversión Liberty Acquisition Holding, que
controla el Grupo Prisa, o la familia Abelló, que controla el fondo de
inversión Torreal, que gestiona Mediapro y por lo tanto
La Sexta y el
Diario Público, o la familia Azcárraga que maneja los hilos de
Televisa.
A ninguno de ellos le interesa lo más mínimo difundir que los
inmigrantes están plantándole cara a sus agresores. Nosotros en el Grupo
de Migración y Convivencia de la Asamblea Popular de Lavapiés ya
habíamos tenido experiencias muy desagradables con reporteros de toda
calaña desde principios del verano, y por eso llegamos a un acuerdo en
asamblea de no tratar con ellos, de boicotearles. Ese trabajo va de la
mano de un esfuerzo por difundir nuestros comunicados y nuestras notas
de prensa por los medios de contrainformación, siempre que sean
asamblearios o, por lo menos, económicamente independientes. Creo
sinceramente que otras asambleas barriales y organizaciones como mi
sindicato (CNT) deberían dar un paso en firme para rechazar firmemente
cualquier tipo de relación con reporteros que trabajen para estos medios
hegemónicos, sea la simpática Sexta o la recalcitrante
Intereconomía.
E.F. - ¿Y cómo conseguiríamos que ese boicot del que hablas fuera efectivo?
J. Pues empezando por quienes tenemos más cerca. A
mí me parece mucho más honesto (y más laborioso también) intentar que la
gente a nuestro alrededor saque de sus sobacos el domingo por la mañana
ese maldito
País, y se aficione de una vez por todas a
informarse seriamente a través de nuestros blogs, nuestras páginas de
contrainfo, nuestras redes sociales y nuestros periódicos como el del
15-M, o el
Rebelaos. Es mucho más honesto y más valiente que seguir tratando de mendigar un buen trato en la
Cadena Ser o en
El País. Obviamente en
El País o en la
Cadena Ser
algunas veces nos tratarán bien, nos darán un poco de coba a las gentes
de los movimientos sociales, según los intereses políticos o económicos
que en cada momento tengan sus dueños o sus patrocinadores. Mira, te
voy a decir una cosa: si algo ha tenido de positivo mi detención y los
moratones de mi cuerpo es que algunos miembros de mi familia, por
ejemplo, fieles votantes algunos del PP, se han llevado las manos a la
cabeza al ver como en todos lados me llamaban narcotraficante, incitador
a la violencia, o perro mordedor. El otro día mi hermana me preguntaba
que de qué manera podía informarse a partir de ahora, que tenía la
sensación de que en todos los sitios la estaban engañando. Yo le voy a
pasar los enlaces de medios de comunicación que me parece que podrían
ser digeribles para alguien que empieza a darse cuenta de la farsa que
hay detrás de todos los medios de comunicación masivos. Le voy a
recomendar el
Diagonal,
Periodismo humano,
Madrilonia...
Me parece que ese trabajo de convencer a gente como mi hermana de que
se aparte del televisor y deje de leer los periódicos de quienes nos
gobiernan, es más digno y más gratificante que el de pedirle al defensor
del lector de
El País que rectifique una noticia y nos deje
por favor contarle a la gente que yo no soy ningún narcotraficante ni
ningún perro sarnoso, que tengo mi doctorado por la Universidad de Yale y
que la policía me pegó simplemente por manifestarme contra un hecho
injusto. Entre otras cosas, no hay que olvidar que si la policía me
maltrató y me puso unos cargos que pueden suponer hasta un año de cárcel
fue por haber intentado documentar un hecho injusto que estaba
sucediendo en la calle, o sea por realizar el trabajo que lo que los
periodistas de los medios masivos en este país han decidido
voluntariamente no hacer..
E.F. - ¿Cuándo será el juicio?
J. - No sé, creo que tardará muchos meses. El
próximo 17 de abril los policías declaran ante el juez, y dice mi
abogado que ahí veremos si tienen ganas de joderme la vida. Yo también
he denunciado a los policías por agresiones, así que el día de juicio, y
si su señoría no decide archivar mi denuncia, ellos irán no sólo como
denunciantes sino también como denunciados. A mí me acusan de un delito
de resistencia activa a la autoridad, que está penado con hasta un año
de cárcel. Aunque como soy blanquito, “palentino”, y era la primera vez
que estaba detenido, si al final salgo condenado me lo sustituirán por
una multa. Mucho peor lo tiene nuestro compañero Pathe, que es negro,
senegalés y le acusan de atentado a la autoridad. Él tiene ya varias
causas pendientes, todas ellas por delitos contra la Ley de Extranjería,
excepto una por atentado a la autoridad de una vez que le dio un codazo
a un policía que intentó quitarle los cedés que estaba vendiendo en la
calle. A Pathe es probable que le caiga un año de cárcel. Cuando cumpla
su condena, el día que salga en libertad, una patrulla de policía
estará esperándolo a la puerta del centro penitenciario tal y como
llevan haciendo desde hace ya meses. Lo meterán directamente en un CIE,
donde se verá otros sesenta días privado de libertad antes de que lo
deporten a su país.
E. F. - ¿Crees que tiene solución el tema de las redadas racistas?
J. - Yo creo que las redadas racistas de la policía
se terminarán en un corto plazo. Me refiero a los controles de identidad
por perfil étnico en las bocas de metro, en los intercambiadores y en
las plazas de los barrios obreros de Madrid. Son demasiado descaradas, y
la gente de a pie ha empezado a concienciarse de su injusticia,
gracias, al estupendo trabajo de difusión de las Brigadas Vecinales, al
reciente informe de Amnistía Internacional o al ingente trabajo de
asociaciones como Ferrocarril Clandestino, las ODS, la Federación Local
de CNT en Madrid o la Asociación Sin Papeles, con el definitivo impulso,
claro, del Movimiento 15-M.
E.F. - ¿Estás seguro de que dejaremos de ver a policías de paisano pidiendo papeles por todos lados, ahora que gobierna el PP?
J. - Sí, es como el tema de los desahucios y la
dación en pago. El actual gobierno de ultraderecha hará lo posible por
que se acaben. Al poder y al capital, por muy conservador que sea en sus
principios ideológicos, no le conviene que su violencia sea tan
visible. Sin embargo el acoso a la población inmigrante continuará,
disfrazado de operaciones antidroga, antirrobo o “antiloquesea”, como ya
está pasando en Lavapiés, que sirvan para exacerbar entre la gente el
discurso fascista que identifica al inmigrante con el delincuente, “el
que ha venido aquí a quitarnos lo nuestro y a traernos lo que no
necesitamos”. También es más que probable un fuerte endurecimiento de
las leyes de extranjería, especialmente en lo tocante a la obtención de
permisos de residencia por arraigo. En definitiva, yo creo que hay una
auténtica limpieza étnica que desde hace tiempo está decidida desde
quienes tienen el poder político y económico, no sólo en este país, sino
en toda Europa. A medida que las nuevas leyes laborales en el contexto
de lo que ellos han llamado crisis económica sigan sancionado la
existencia de una masa trabajadora autóctona en condiciones idóneas de
indefensión como para ser explotada y exprimida, la antigua mano de obra
semiesclava de origen extranjero, la que construía nuestras segundas
residencias, cuidaba a nuestros ancianos o limpiaba nuestra basura, ya
no será necesaria en nuestros países, y hará falta eliminarla, porque
“compite” directamente con los nuevos parias nativos. Los policías, los
jueces y los gobernantes acosarán a los migrantes, los meterán en los
CIE o en los calabozos el tiempo que sea necesario, les harán la vida
imposible hasta que por fin se vuelvan voluntariamente a sus países. Si
no lo hacen, habrá que deportarlos. Y en este proceso violento, si no
aprendemos a informarnos de otra manera, las víctimas mortales pasarán
desapercibidas, como Samba Martine, asesinada por la policía en el CIE
de Aluche en Madrid, o el joven Abdellah El Asli, al que la policía ha
dejado tetrapléjico recientemente en Guadalajara. Sólo una reacción
valiente y organizada en función de principios ideológicos claramente
antifascistas podrá detener esa espiral de violencia contra los
inmigrantes.
E.F. - ¿Quieres decir algo más?
J. – Quiero darles las gracias a mis compañeros de
la Asamblea de Lavapiés y de CNT por habernos acompañado a Pathe y a mí
tantas horas a la puerta de la Comisaría de Leganitos el viernes por la
noche, el sábado en la plaza de Lavapiés y el domingo en los Juzgados de
Plaza de Castilla, con un frío que pelaba. Se siente mucho esa
presencia cuando uno está detenido, y creo que debemos seguir haciéndolo
con los compañeros que vayan siendo represaliados en esta lucha, que
será bien larga. La solidaridad y el apoyo mutuo en los momentos
difíciles es lo fundamental.
(Visto en
Migración y Convivencia y en
Lavapiés, Toma los Barrios)